sábado, 27 de octubre de 2012

Sibila o el dulce deseo envenenado


Dicen que a Sibila de Cumas se le apareció el dios Apolo y le concedió un deseo. Sibila cogió un puñado de arena con su mano y pidió vivir tantos años como granos de arena había en su puño cerrado. Apolo le concedió el deseo. Obtuvo una longeva vida. Pero a costa de qué. Sibila olvidó pedir la eterna juventud. Así pues, poco a poco se consumió en vida.

¿Qué es lo que más deseas con todo tu ser? ¿Que anhelas con tanta intensidad que la vida te hace enloquecer? ¿Qué se repite en tus sueños cada noche cuando te adentras en las profundidades de Morfeo?

Cuidado. Seguramente tarde o temprano tu propio dios se te aparecerá camino de Damasco y te concederá tu deseo fervoroso. ¡Cuidado con lo que deseas! Porque los deseos vienen como aludes silenciosos.

Piensas que nadie escucha tus palabras mientras vives agitadamente en el torbellino de la vida. Que sólo eres una isla en in infinito océano. Que todo es imposible. Pero tarde o temprano aparecerá tu Apolo emergiendo de la más absoluta oscuridad. Y su luz te cegará haciéndote olvidar que hasta los mayores deseos conseguidos esconden un dulce veneno. Ese pequeño error de cálculo no valorado a la hora de programar tu plan universal.

Obtendrás tu deseo. Pero los deseos nunca son como los imaginamos. Porque sencillamente somos humanamente imperfectos.

Te convertirás en lo que eres.

Saludos de un desterrado en las ruinas de un templo sin nombre.


Fuentes:

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